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Revisión actual del 16:09 30 ene 2019
En el rosario estelar de los patriotas que llevaron a cabo la gesta de La Restauración, la más completa epopeya militar de los dominicanos, figuran de manera permanente en artículos, reseñas y ensayos de aquel singular episodio, los nombres de Santiago Rodríguez, Benito Monción, José Cabrera, Pedro Pimentel, Gregorio Luperón, Matías Ramón Mella, Benigno Filomeno de Rojas, Ulises Francisco Espaillat y otros como Francisco del Rosario Sánchez y sus compañeros de la expedición de la Regeneración Dominicana, a los que se suma el del ilustre patricio Juan Pablo Duarte, quien viejo y enfermo, desde Venezuela, retomó a la patria a ofrecer sus servicios por la causa de la Independencia Nacional.
Muchos héroes de aquel entonces permanecen olvidados. Pero entre ellos el más notable por sus antecedentes, los servicios prestados y su dramático y trágico fin, José Antonio Salcedo, mejor conocido con el apodo de Pepillo, es el ejemplo más conmovedor. En ninguno de los próceres de La Restauración cobró el destino mayor cuota de sacrificio, que en este valiente veterano de la Guerra de Independencia que había participado en varios combates, alcanzando por su valor y arrojo en la batalla de Sabana Larga, librada contra los haitianos, el rango de Coronel del Ejército Libertador. Entre los soldados de la Restauración, Pepillo Salcedo se identifica como un caso excepcional.
José Antonio Salcedo nació en Madrid en el año de 1816.
Sus padres españoles criollos oriundos de Santo Domingo, se trasladaron a España en el año de 1815 en pleno período de la “España Boba”. José María Salcedo y Luisa María Ramírez de Salcedo, vivieron corto tiempo en Europa. Regresaron a América y se establecieron por breve tiempo en Cuba, luego retomaron al país, específicamente a la región Noroeste residiendo cerca de la ciudad de Montecristi. Su padre era un acomodado comerciante dedicado al corte y venta de maderas preciosas y a la cría de ganado vacuno. En el medio rural de la región, creció y se hizo hombre Pepillo Salcedo, asistiendo al pueblo de Montecristi a recibir enseñanza escolar.
Desde niño Pepillo reveló ser dueño de un enérgico carácter, agresivo y con dotes de mando. En su adolescencia estuvo un tiempo recibiendo instrucción en un colegio de la ciudad de Santo Domingo, lo que le permitió tener en el orden educativo, un nivel por encima de los jóvenes y hombres de la región noroeste, a la que regresó cercano a la edad de 25 años, donde contrajo matrimonio con Agueda Rodríguez. Se instaló definitivamente en el paraje de Estero Balsa, cercano a Puerto Juanita, por donde realizaba embarques de madera, negocio que había heredado de su padre y que lo convirtió en un próspero negociante.
En su región fue soldado de vanguardia en defensa de la Independencia frente a Haití y como Lugarteniente del General Tito Salcedo, con quien no tenía parentesco cercano, dejó fama de hombre de acción, arrojado y buen jefe de tropa. A sus condiciones de guerrero, Pepillo agregaba una atractiva presencia física: de piel blanca, rubio, de ojos azules, de musculatura recia, pequeño de talla, era hombre abierto y simpático, aunque en ocasiones, como era el decir de la época, de “temperamento sanguíneo”. Buen jinete y conocedor de la región en la que trabajaba, recibía el respeto y aprecio de los que lo conocían. Su liderato económico y social era incuestionable.
Durante el mes de febrero de 1861 el General Hungría, que había sido jefe de Pepillo en la batalla de Sabana Larga, junto a otros militares dominicanos y oficiales españoles que se encontraban en el país, recorrían la Línea Noroeste recogiendo firmas para apoyar la anexión a España. Hungría hizo comparecer a Pepillo ante su persona en el poblado de Guayubín. Salcedo cuando estuvo frente a Hungría no quiso desmontarse de su caballo, conociendo para lo que había sido llamado. Cuando Hungría le pidió que firmara el documento Pepillo, con ruda firmeza, le respondió: No puedo aceptar con mi firma la anexión, puesto que soy un soldado de la Independencia, en la guerra por la Patria serví a usted con gusto pero en esta cesión no le acompaño.
Al terminar estas palabras con la decisión que era característica de su persona, sin despedirse, clavó su caballo y salió del pueblo. Al momento de emprender la marcha a la salida del lugar, venía una tropa española marchando al toque de trompetas y redoble de tambores, el caballo de Salcedo se espantó con el ruido y le tumbó. Encarándose al Coronel que comandaba la unidad militar, lleno de cólera le dijo: Malditos españoles, hasta mi caballo los odia.
A partir de ese momento y consumada definitivamente la anexión, las autoridades españolas le hicieron la vida imposible a Salcedo. Tiempo después en un corte de madera de los varios que tenía fue atacado por uno de sus peones y Pepillo, en legítima defensa, apuñaleó al agresor quien murió poco tiempo después. Las autoridades le hicieron preso acusándolo de un crimen que desde el punto de vista jurídico no tenía justificación. Detenido en la Fortaleza de Santiago, Pepillo se fugó en los días en que se iniciaba el levantamiento del 16 de ago.sto. de 1863. Se presentó a los patriotas que encabezaban el movimiento Restaurador en la Villa de Guayubín y se sumó al ejército en el inicio mismo de la nueva guerra de Independencia. Participó en varios combates y fue uno de los jefes militares que sitió la ciudad de Santiago, obligando a las tropas españolas, después del incendio de la Villa, a retirarse hasta Puerto Plata.
Sus condiciones innatas de guerrero, su ilustración, su carisma, y el valor que había demostrado en el campo de batalla, lo hicieron acreedor por sus compañeros de armas para ser promovido y elegido a la presidencia de la República recién restaurada. José Antonio Salcedo, conocido popularmente como Pepillo, fue el primer presidente del Gobierno Restaurador.
Como contrapeso a sus cualidades de hombre de acción, Salcedo carecía de poder de decisión y cuando su carácter se violentaba era caprichoso y agresivo. La autoridad y el respeto que había ganado en el campo de batalla los fue perdiendo por sus decisiones impulsivas, que no correspondían a las funciones que con energía y seriedad, estaba obligado a ejercer la figura política y militar más importante del Gobierno Restaurador. La oficialidad subalterna terminó, consternada, confundida, desobedeciendo sus órdenes. Y los adversarios que se multiplicaron de inmediato, lo acusaron de “baecista” o sea seguidor de Buenaventura Báez, y de mantener una actitud pasiva frente a los españoles, que perseguía entenderse con ellos excluyendo la condición de la soberanía absoluta de la República. El 10 de octubre de 1864 fue derrocado y hecho prisionero por un movimiento popular encabezado por Gaspar Polanco y apoyado por la mayoría de los jefes militares Restauradores. Gregorio Luperón fue encargado de su custodia y recibió instrucciones de sacarlo del territorio nacional a la mayor brevedad posible, por algún punto de la frontera con Haití.
Las autoridades haitianas se negaron a recibirlo en su territorio porque sospechaban de sus simpatías por Báez, quien entonces ostentaba el título de Mariscal del Campo de los ejércitos españoles, razón por la cual los haitianos lo veían como un enemigo de la Restauración y, en consecuencia, de la soberanía de Haití. Pepillo fue trasladado a Guayubín con la intención de esperar una goleta que debía llegar a Puerto Blanco, hoy Luperón, para embarcarlo rumbo a Inglaterra. Detenido en el Cantón de La Jabillas, fue requerido por el Coronel Agustín Peña Masagó quien tenía instrucciones secretas del Presidente Gaspar Polanco.
Trasladado a la costa, cerca de Puerto Plata, en el Paraje de Maimón, Pepillo fue informado por el oficial jefe de la escolta que debía ser fusilado, por orden escrita, en ese lugar. Pepillo, hombre de incuestionable valor, no hizo ningún gesto visible de protesta o de rechazo a lo que sabía era su trágico destino.
Antes de su ejecución entregó a un soldado del pelotón de fusilamiento encargos para su mujer que vivía en Guayubín. Ese soldado, con algo más de 20 años, se llamaba Ulises Heureaux, alias Lilís. En la Playa de Maimón, fusilado por razones que históricamente no tienen explicación, a los 48 años de edad, murió José Antonio Salcedo, Prócer de la Independencia y de la Restauración, otro de los grandes héroes olvidados de nuestra historia.