Gregorio Luperón
Una de las más relevantes figuras del escenario histórico dominicano: Patriota, militar y político. Nació el 8 de septiembre de 1839 en Puerto Plata hijo de Nicolasa Duperrón y Pedro Castellanos. Su madre era nativa de una de las islas caribeñas colonizadas por Francia. Dedicada a humildes tareas de subsistencia era lavandera, dueña de un pequeño ventorrillo, y hacedora de dulces domésticos que su numerosa prole, entre ellos el pequeño "Gollito", vendían por las calles de la villa que era importante puerto de mar. Así lo consigna, para su honra y honestidad, el mismo Luperón en páginas de su autobiografía, lo que revela que fue hombre sin complejos, ni resentimientos por su origen social. Asistió a una pequeña escuela local en la que fue alfabetizado y aprendió escasos conocimientos generales. Protegido de un señor francés apellido Dubocq, a los quince años de edad, se desempeñaba como encargado de cortes de madera en el paraje de Jamao, lugar cercano a Puerto Plata.
Empeñado en aprender encontró en la casa de su protector numerosos libros de historia que leyó con avidez, entre los cuales estaba "Vidas Paralelas", de Plutarco. En ese solitario lugar fue asaltado por una banda de facinerosos que estaban enterados de que guardaba dinero y, en singular combate al machete, dejó sin vida a dos de sus agresores y mal heridos a otros dos. A partir de entonces su fama de hombre valiente se propagó por la comarca. Tenía apenas 16 años. "El pleito de Gollito" quedó como sinónimo de valor.
Para el momento de consumarse la Anexión a España, en 1861, residía en Sabaneta de Yásica. Públicamente se manifestó contra la decisión de Pedro Santana y, a partir de ese momento, fue señalado como enemigo de la monarquía. Reclamado por el Gobernador Juan Suero, ya en su presencia, atacó al oficial que le llevaba detenido escapando por las calles de Puerto Plata. Fue a refugiarse por los campos de Montecristi y se embarcó para los Estados Unidos en compañía de un hermano.
Regresó al país para fines de 1862 estableciéndose en Sabaneta, hoy municipio cabecera de la provincia de Santiago Rodríguez, lugar en que se presentó con el nombre de Eugenio de los Santos dedicándose a las actividades de curandero. Todos le conocieron como Eugenio el Médico, lo que demuestra la audacia y el mimetismo de este personaje. Allí era un agente y propagador de la lucha contra España. Tomó parte activa en la intentona patriótica que bajo la jefatura de Santiago Rodríguez se había organizado en la región, con el fin de proclamar la Restauración de la República el 27 de febrero de 1863. Develado el movimiento fue perseguido y obligado a ausentarse del lugar. Aparece en todas las sumarias abiertas por las autoridades españolas incriminando a los patriotas como criminales de guerra. En una de ellas figura como "propagador de la revolución" y es condenado a muerte. Mientras tanto se había refugiado en los campos aledaños a La Vega realizando la misma tarea de agitación que había realizado en la Línea Noroeste.
Aparece de nuevo el 30 de agosto en el paraje de Gurabito, durante el inicio del sitio de Santiago cuando Gaspar Polanco, arrastrado por Pedro Pimentel y Benito Monción en la persecución de Buceta, se ha incorporado al movimiento restaurador. Pimentel y Monción iniciadores del levantamiento en Capotillo reciben al joven combatiente, lo presentan a Gaspar Polanco, jefe del sitio, y le otorgan el rango de coronel al intrépido puertoplateño. Ahí comenzó la carrera militar de Luperón. Participó activamente al frente de tropas de vanguardia en la batalla del 6 de septiembre, desde donde queda su fama de valiente, rápido en la acción y sereno en el combate. Ocupada la plaza, humeantes los restos de la ciudad, ascendido a general, Luperón es nombrado Comandante de Armas de Santiago. Firma, entre los primeros, el acta de la Restauración de la República y su carrera en la vida militar y política no se detendrá jamás.
A partir de esos momentos se convierte en el soldado más activo de misiones difíciles del gobierno restaurador. Como Jefe de Operaciones estará presente en Bonao y Cotui y en los primeros días de noviembre es trasladado a la región Sur, para contener los excesos de Pedro Florentino que ocasionaban daño político al gobierno en armas de la República. Está presente en la campaña del Sur y entra a San Cristóbal y Baní acompañando a Florentino. Retorna al Cibao, cruzando dos veces la Cordillera Central y aparece en Montecristi al lado de Benito Monción.
En enero de 1864 es designado Jefe de Operaciones en la línea del este para enfrentar el avance de Pedro Santana por el paso de Guanuma. Allí libra los combates decisivos de Bermejo, el 3 de febrero y el de El Paso del Muerto, el 24 de marzo, en el que muere el general Juan Suero, el Cid Negro, quien había intentado detenerlo en Puerto Plata siendo un joven desconocido. Regresa de nuevo a Santiago, capital política de la República, y es designado Jefe de Operaciones en la Línea Noroeste. Ascendido a General de División el 18 de octubre de 1864, junto a Benito Monción alcanza, a los 25 años, el más alto rango militar de la nación. Ha sido en apenas un año y medio, desde un simple desconocido, prófugo y curandero, Coronel, General, Jefe de Operaciones en el este, Delegado del Gobierno en el sur, Gobernador de La Vega, Jefe de Operaciones en la Línea Noroeste, Comandante de Armas en Santiago y jefe militar victorioso en decisivos combates, librados contra los españoles en las cercanías de la Cordillera Central.
Desocupado el país por las tropas de España y bajo el gobierno provisional de José María Cabral, es designado Delegado del Gobierno en el Cibao y Gobernador de Santiago. Luperón ha salido del proceso de la guerra de La Restauración convertido en una figura militar y política de relevante categoría. Durante el transcurso de ese episodio actuó junto a figuras de primera magnitud en las luchas patrióticas: Matías Ramón Mella, José María Cabral, Ulises Francisco Espaillat, [Gaspar Polanco]], Pedro Pimentel y otros que lo protegieron y defendieron, cuando su agresividad lo llevaba a desconocer las reglas de la disciplina que la irregularidad de la situación imponían. Mella y Espaillat, según él mismo relata en sus memorias, le dispensaron siempre un trato afable e indulgente. Con 27 años de edad, su liderato comenzaba a brillar y a imponerse frente al peligro del retorno oportunista de Buenaventura Báez. Alrededor de su figura enérgica, valiente, impulsiva, se irá aglutinando lo más selecto del pensamiento republicano de la nación.
Regresó Báez al país y pasó inmediatamente a ser Presidente de la República, rescatada de la traición, por la cual nunca luchó. Derrocado su gobierno, regresó en 1868 actuando como un agente del colonialismo norteamericano. Luperón se convierte en el jefe de la oposición y secundado por Cabral y Pimentel inició la insurrección que conoce la historia con el nombre de la Guerra de los Seis Años. Infatigable, combatió durante ese largo, represivo y oscuro período, al gobierno entreguista apoyado por los Estados Unidos. Adquirió un vapor, "El Telégrafo", y realizó incursiones marítimas para desestabilizar el gobierno. Cuando se produjo el derrocamiento de Báez en 1874, Luperón era la figura militar y política más importante del país. Líder del llamado "Partido Azul", no obstante sus limitaciones culturales, aglutinaba como cabeza visible a los hombres más distinguidos y preparados de la nación: Espaillat, Bonó, Meriño y Billini. En 1879 asume la Presidencia Provisional de la República y pone en vigencia medidas progresistas para bienestar y desarrollo de la sociedad. Más adelante viaja por Europa y se codea con personajes del mundo político económico y cultural.
En su ausencia, delegó el mando en su protegido Ulises Heureaux quien se alzará con el control del poder y del país. A partir de ese momento comenzaron las vicisitudes de Luperón y de la República por la que tanto había luchado. Con su actitud de no querer ejercer el poder directamente, sino a través de personas de su confianza, abrió las puertas a una desgracia nacional.
Aferrado a Puerto Plata y a las ventajas que daban las relaciones con los acomodados comerciantes de esa plaza y el manejo a discreción de su aduana, que consideraba patrimonio propio, Luperón sentó un ejemplo funesto para el futuro del país. Grave responsabilidad de la que no puede exculparse. No pesa en contra de su figura histórica, de manera determinante, por los grandes servicios que prestó a la nación y por su lucha intransigente en defensa de la soberanía nacional.
De cuna humilde, sin apellido sonoro, autodidacta imperfecto, vibró siempre en él, desde su primera juventud, un firme sentimiento de amor a su patria que lo elevó a las más altas jerarquías de la vida republicana. No fue, como se dice incorrectamente, el gran jefe de la Restauración. Su papel fue notable. En su liderato de la guerra popular, activa, de movimientos, no tuvo rival, pero no ejerció nunca la jefatura política y militar del gobierno restaurador. Por encima de su mando estuvo el de los tres presidentes del gobierno provisional: Salcedo, Polanco y Pimentel. Como su superior inmediato, estaba Mella también, cuando desempeñó las funciones de Ministro de la Guerra. Los cuatro próceres señalados tenían en su historial el mérito de las guerras de independencia. Mella, fundador de la República; Gaspar Polanco, General de División; Salcedo, Teniente Coronel y Pimentel, Coronel de Caballería.
A Luperón le toca la distinción de ser pionero en la lucha contra el colonialismo norteamericano en el Caribe. Ese solo galardón lo cubre de gloria. Pero otros méritos le corresponden. De todos los próceres de su época fue el que demostró sentido político en el momento histórico que le tocó vivir y del papel que él mismo jugaba en ese momento. Por eso se ocupó de que Rodríguez Objío escribiera una biografía de su persona y un ensayo histórico de La Restauración y se dedicó a escribir sus memorias, recopilar documentos y reseñar hechos que, no obstante la pasión y el papel protagónico que se atribuye así mismo, constituyen importante aporte para el conocimiento de esa Epopeya y los acontecimientos que se sucedieron. La figura de El Centauro de Isabel de Torres, republicano, gloria de la dignidad y valor del pueblo dominicano, auspiciador de la independencia de Cuba y de Puerto Rico, activista del antillanismo, será siempre un ejemplo para todos.