Pedro Antonio Pimentel
Pedro Antonio Pimentel (1830-1874) General, luchador de la guerra restauradora, la Convención Nacional reunida en Santiago lo hizo presidente en marzo de 1865. Ocupó el cargo hasta el 13 de agosto de ese año. Una de sus primeras medidas fue la designación de un Consejo de guerra para que fuera juzgado el ex presidente Gaspar Polanco y su gabinete. En su mandato concluyó la Guerra Restauradora. Murió en 1874.
La Restauración de la República constituye la gran Epopeya del pueblo dominicano. El origen de ese episodio y el proceso político y militar en el cual se desarrollé, no tienen antecedentes en América; y sólo en México se vivió un suceso con aspectos similares. Pero como otros hechos históricos dominicanos, ha sido distorsionado disminuyendo el papel y la categoría de muchos hombres protagonistas en esos acontecimientos, como es el caso de Pedro Pimentel.
De este soldado singular, héroe tres veces de la patria, el capitán español Ramón González Tablas, que combatió contra los dominicanos en aquel momento, en su libro “Ultima Guerra de España en Santo Domingo, dice: Pedro Antonio Pimentel era criollo de cincuenta años de edad, proporcionada estatura, buenas facciones y color europeo; su cabellera y bigotes eran grises. En el campamento se mostró muy reservado. Algunos de sus compañeros indicaron que desconfiaban de él y que sería el obstáculo para llevar a buen término cualquier arreglo. La profesión de Pimentel en el país era la de ganadero. Sus paisanos no le concedían la reputación de hombre ilustrado, pero tanto en las conversaciones que le oímos, como en sus actos posteriores, demostró ser hombre de ruda franqueza y de enérgica resolución. Fue uno de los primeros cabecillas que acaudillaron algunos grupos de sublevados y de los que con más fe y encarnizamiento combatieron la dominación española. Se oponía a toda transacción que no tuviese por base el abandono de la isla.
González Tablas fue crítico severo del pueblo dominicano, al que no quiso reconocerle virtudes o cualidades de ningún género; razón por la cual ese breve retrato de Pedro Pimentel es sumamente revelador. Señala que sus compañeros de comisión, que era la que representaba al gobierno restaurador en el campamento español de Montecristi, desconfiaban de él por su intransigencia para que se llegara a un arreglo como exigía el Capitán General español La Gándara, que contenía términos y condiciones humillantes para los dominicanos. Y apunta el autor que, aunque no era un hombre ilustrado, cuando le escucharon hablar lo hizo con franqueza y energía, como lo demostraría, con su comportamiento, en el transcurso de la guerra.
Más adelante, señala González Tablas, en parco y directo reconocimiento, que era de los primeros cabecillas del Movimiento Restaurador y uno de lo que con más fe y encarnizamiento” había combatido la Anexión a España, se oponía a toda transacción que no tuviese por base el abandono de la isla. Lo que significa que Pimentel no transigía con acuerdos o arreglos a medias, poniendo como condición que los españoles debían abandonar el territorio nacional sin imponer al pueblo dominicano reconocimientos e indemnizaciones como, al parecer, comenzaban a aceptar algunos de los dirigentes del gobierno restaurador.
No conocemos elogio o reconocimiento similar hecho portas militares españoles a otros próceres de la Restauración. Pero Pimentel ha sido excluido otras veces y olvidado, de manera intencional, por la mayoría de los que han escrito acerca de las grandes figuras de ese episodio. Cuando se habla de la gesta iniciada en el Cerro de Capotillo, solamente se mencionan los nombres de Luperón, Santiago Rodríguez, Benito Monción, Gaspar Polanco, Pepillo Salcedo y otros que no tuvieron un papel más relevante, militante y firme, que este héroe olvidado que había sido coronel de los ejércitos independentistas y, después de la Guerra Restauradora, uno de los líderes militares y políticos de la Guerra de los Seis Años. Guerra librada contra las pretensiones anexionistas a los Estados Unidos del gobierno de Buenaventura Báez, conocido como el Gobierno de los Seis Años. Esa carrera heroica, convirtió a Pedro Pimentel en tres veces prócer de la República.
A esa distinción se debe sumar la más importante de las funciones políticas desempeñadas por él: Presidente de la República en Armas en la última etapa de la Guerra Restauradora. Pimentel encabezó el gobierno en los momentos en que se discutía la evacuación del territorio nacional por parte de las tropas ibéricas, denotadas en la implacable y tenaz guerra de guerrillas, que los patriotas habían realizado contra su presencia en la parte oriental de la isla. Como jefe de gobierno rechazó el pacto de El Carmelo, impuesto por La Gándara y Navarro a los delegados del gobierno restaurador, porque ese acuerdo contenía en su texto cláusulas humillantes a la dignidad nacional, gravosa, además, en términos económicos a la soberanía y los intereses del pueblo dominicano, vencedor solitario, indiscutible, del conflicto bélico que permitió restaurar la República.
Pimentel jugó destacado papel dentro del grupo conspirador organizado en la Línea Noroeste alrededor de Santiago Rodríguez, jefe del movimiento, José Cabrera y Benito Monción. A ellos se sumó en la madrugada del 16 de agosto de 1863 en Capotillo y, al día siguiente, encabezó el ataque contra la guarnición española de La Patilla. Junto a Benito Monción persiguió al brigadier Buceta y a las tropas que le acompañaban desde Dajabón a Santiago, en un episodio de valor y tenacidad que no tiene antecedentes en nuestras guerras. Participó de manera activa en la batalla y el sitio de Santiago y firmó el Acta de Independencia del 14 de septiembre de 1863. Más tarde fue designado General en Jefe de las Fuerzas del Este y desde allí trasladado a la Línea Noroeste como Delegado Jefe de Operaciones en esa región. El 10 de febrero de 1864 fue nombrado gobernador de Santiago e inmediatamente partió a combatir, en Puerto Plata, en auxilio de Gaspar Polanco que perseguía las tropas españolas en retirada hacia ese puerto de mar. En enero de 1865 fue designado Ministro de la Guerra y elegido diputado por Santiago a la Asamblea Nacional que se reuniría dentro del territorio controlado por los restauradores.
Esa misma Asamblea 1 eligió el 25 de marzo de 1865 Presidente de la República en Armas. Alcanzó con esa elección la más importante posición política y militar de la República, en el proceso de La Restauración, que solamente Pepillo Salcedo y Gaspar Polanco habían ostentado. Su mandato como Presidente lo ejerció con la autoridad y energía propios de su carácter incurriendo, a veces, en excesos de arbitrariedad y despotismo carentes de intención dañina o de perversidad; por el contrario, como una expresión de celo en el cumplimiento de sus deberes en el ejercicio de la autoridad que en momentos difíciles había sido puesta en sus manos.
Con esa actitud, como lo había señalado el capitán González Tablas, con la ruda franqueza que caracterizaba su comportamiento, impidió al gobierno que presidía aceptar el acuerdo de El Carmelo, obligando a los españoles encabezados por el orgulloso general La Gándara y Navarro a abandonar el territorio dominicano, sin condiciones, durante el mes de julio de 1865.
Al término de la Guerra de la Restauración, Pimentel había combatido en todos los frentes, pasando en ese proceso por todas las jerarquías de los cargos políticos y militares: Jefe de Operaciones, delegado militar, gobernador, diputado, ministro y presidente. En el desempeño de las funciones que le fueron encomendadas dejó tras de sí la imagen de un hombre “ambicioso, astuto, valeroso, infatigable, peleador, suspicaz e inteligente”, cualidades unas más positivas que otras, que sumadas a sus virtudes, ofreció sin condiciones al servicio de la patria. Hombre de ventajosa posición económica para la época, propietario de hatos ganaderos en la región Noroeste, estaba imbuido de amor profundo por la tierra en la que había nacido y vivido, razones por las cuales no vaciló en incorporarse a la lucha en defensa de la soberanía de la patria cuando Báez y su camarilla, pusieron en práctica el proyecto de anexión a los Estados Unidos. Al frente de grupos guerrilleros combatió a lo largo de la región fronteriza en la disposición de impedir que se consumara de nuevo una traición a la patria.
Herido varias veces en combate durante esta última contienda, que duró seis largos años, no llegó a ver el fin de la misma ni el derrocamiento del gobierno baecista que había hipotecado la República a través del Empréstito Harmont Pobre y lleno de achaques, como consecuencia de las heridas recibidas en su larga de vida de soldado y combatiente de vanguardia, murió en territorio haitiano en 1874, en Quarter Morin, pequeña villa fronteriza. Antes de su muerte, cuando un amigo le requería el estado de limitaciones materiales y de pobreza en que estaba viviendo, Pimentel le respondía: Por la patria todo, hasta la vida si fuere necesario.
Con motivo de su muerte el periódico ‘El Porvenir’ de Puerto Plata, decía: El general Pimentel era joven todavía y quizás uno de los Jefes más astutos y previsores de la República. Era honrado y valiente y por eso murió en la miseria. El mejor epitafio para una figura pública de la categoría y dimensión de Pedro Pimentel lo constituye la última frase de la nota luctuosa del periódico puertoplateño. En los hombres de su época, tanto en otros países como en la República Dominicana, el ejemplo y conducta de Pedro Pimentel era la regla y no la excepción.
El patriotismo, la honradez y valentía son hermosas cualidades humanas que solamente se afianzan y desarrollan en los hombres de vida pública, sea civil o militar, que sienten amor y respeto por sus pueblos y que, como Pedro Pimentel, el héroe montecristeño, están dispuestos a entregar sus bienes, y sus vidas en defensa de los más elevados intereses de la patria.