La Educación en la República Dominicana

De Enciclopedia Dominicana SOS
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“Amigo mío: no es de ahora que extendiendo la vista por mi país y por el mundo, llegué a una conclusión por todo extremo pesimista acerca del patriotismo. He llegado a dudar de que fuera una idea, porque las ideas, que son lo inmanente, se abren camino a través de todas las brumas, ¡y triunfan, sobrenadan, brillan! ¡Llegué a considerarle como un matiz de una idea! Pero para satisfacción interior, la conciencia protestó, y me dijo:  estos conciudadanos tuyos que pasan un mar de privaciones, dirigiendo conciencias infantiles desde una mal pagada cátedra en las aulas, ¿no son  patriotas?” [1]

Sus inicios

La historia dominicana posterior a la Restauración de la República (1865), muestra que entre las prioridades de los gobiernos sucesivos estuvo la “instrucción pública” o, mejor, la “educación popular”, como tempranamente la popularizó [[Simón Rodríguez, diferenciándola la claramente de la instrucción y colocándola en sitial más alto por su valor civilista y emancipador. Este gran educador venezolano, maestro de Simón Bolívar, el Libertador, a quien acompañó para convertir en realidad su soñada educación popular, sin la cual no alcanzarían su verdadero ser las repúblicas hispanoamericanas.

En el país, desde el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, José Gabriel García había redactado la Ley general de estudios que fue aprobada en 1866, la cual estableció las Juntas Comunales de Estudio, las Juntas Provinciales y la Junta Superior de Estudios, conque se concibió y creó por vez primera un sistema nacional de educación. Pedro Francisco Bonó, al año siguiente, ocupó la misma cartera y propuso un plan económico para su puesta en funcionamiento, el cual fue adoptado parcialmente. Gracias a las gestiones realizadas por Bonó vinieron en esos años al país el Dr. Ramón Emeterio Betances, para establecer una cátedra de medicina, y otros educadores recordados por sus grandes aportes a la educación dominicana. Betances llegó a Santo Domingo a principios de septiembre de 1867. Entonces se hallaba en el exilio y en medio de afanes revolucionarios que condujeron al año siguiente al Grito de Lares (1868) que encabezó en Puerto Rico y volvió a establecerse en la isla de Santo Domingo después de la derrota del movimiento insurreccional.

La lucha restauradora convirtió a la República Dominicana en un faro para los luchadores que estaban empeñados en desterrar el colonialismo en las Antillas, proclamar la independencia y aun fundar la Confederación Antillana, el más ambicioso proyecto político de la región. No por casualidad, en 1879, fue invitado al país por el general Gregorio Luperón otro patriota puertorriqueño: Eugenio María de Hostos, quien ya había residido en Puerto Plata durante una breve estadía en 1875, cuando preparaba junto a Betances y Luperón un movimiento revolucionario en favor de la independencia de Puerto Rico. Hostos había estudiado derecho en España, donde había formado parte del movimiento que fundó la primera república española en 1868; más importante aún fue la filiación con Julián Sanz del Río y otros educacionistas krausistas que luego fundaron el Instituto Libre de Enseñanza en Madrid.

La propuesta de Hostos de fundar una Escuela Normal para la formación del magisterio fue acogida por el gobierno de Luperón. En efecto, la ley de 1879 la autorizó a operar y en febrero de 1880 abrió sus puertas en Santo Domingo. Lo que esto significó, lo sintetizó Pedro Henríquez Ureña en las siguientes frases: “(...) en el orden de la cultura realiza el país el más alto esfuerzo de su historia (...) En 1880 se establece, a iniciativa del general Luperón, y bajo la dirección de Hostos, la Escuela Normal de la Capital. Con esta institución y con la influencia de Hostos, se transforma íntegramente la vida intelectual del país: por primera vez entran en la enseñanza las ciencias positivas y los métodos pedagógicos modernos”.

La ley de 1884 perfeccionó la legislación previa e introdujo las inspectorías y otros aspectos que favorecían la instalación de escuelas y la generalización de los métodos pedagógicos modernos.

Desde su fundación, en casi siglo y medio de existencia, la educación moderna en la República Dominicana ha conocido varios proyectos educativos asociados a otros tantos proyectos sociales. La articulación proyecto social - proyecto educativo constituye un criterio básico para especificar las grandes etapas del desarrollo educativo en el país. Conforme a este criterio se distinguen, en general, cuatro proyectos educativos. Cada uno de esos proyectos educativos remite a un proyecto de sociedad a la que aspira, que le es inseparable; a saber:

Proyecto educativo civilista

Tiene por base el proyecto liberal-democrático de sociedad. El de nuestro país tuvo un fuerte acento modernizador y moralista, y se le conoce como el proyecto hostosiano por su mentor, Hostos. Este sembró en sus discípulos el espíritu de superarse por medio del cumplimiento del deber de civilización, dando apoyo a las iniciativas particulares –“el deber de fomento”— para la formación de escuelas e instituciones sociales. El progreso, el derecho, el deber, y la ciencia como conocimiento desprendido de la tutela religiosa. Debió disputarse con la Iglesia católica por el espacio de las aulas que hasta entonces monopolizaba la institución religiosa, pero acabó siendo reconocido el valor de las nuevas corrientes educativas que incluso encontraron aliados como el Padre Billini, quien adoptó los métodos pedagógicos de la Normal en el Colegio San Luis Gonzaga que fundó y dirigió.

Hay que decir, a propósito de Hostos, que éste tuvo una visión crítica del progreso. En efecto, reconocía el valor de los progresos materiales, pero al mismo tiempo reconoció la debilidad y el retraso del progreso moral en la civilización moderna. Por eso el proyecto de Hostos se propuso formar al “hombre completo”. Ese concepto implica al ser humano total, por tanto, se trata del hombre y la mujer. Salomé Ureña fundó el Instituto de Señoritas, inspirado en esa formación superior laica y científica para la mujer, abriendo las puertas de la educación superior a la mujer dominicana. Así fue pese a que el Instituto solo recibía por alumna una cuarta parte del presupuesto consignado a la Normal por cada alumno. Con altas y bajas, debido al predominio de gobiernos dictatoriales y de la inestabilidad política, este primer proyecto se extiende hasta el Código de Educación Común, preparado en 1913 por Arístides Fiallo Cabral. La intervención militar de los Estados Unidos de América en 1916 cerró abruptamente este ensayo de educación democrática.

Proyecto educativo despótico

Este fue impuesto por las dictaduras modernizantes del siglo XX, comenzando por la dictadura militar de los Estados Unidos de América (1916- 1924), que implicó la pérdida de la soberanía nacional. Dio impulso a la construcción de escuelas hasta el año 1920, pero desde antes impuso el estado de sitio en diversas regiones, consideraciones de raza en los criterios socioeducativos y la censura en todo el país, lo que repercutió en la educación. Los formados en el primer proyecto socioeducativo civilista fueron quienes combatieron arduamente, con las ideas y los principios de derecho, contra la ocupación extranjera, y enarbolaron la bandera del patriotismo. No obstante, el desarrollo de este segundo proyecto hasta llevarlo a su cénit se realizó bajo el régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo, responsable de disolver la influencia hostosiana en la escuela en el molde de la llamada “Patria Nueva”. Trujillo fue designado como “benefactor de la patria” y poco después “padre de la patria nueva”.

La expansión de la educación dependió entonces de la estrategia de subordinación política e ideológica, la cual quitó a la iniciativa ciudadana cualquier papel en materia educativa, alcanzando los lugares más apartados: “La escuela rural se convirtió (...) en una agencia local con funciones ideológicas y políticas precisas. Entregada a la labor productivista del régimen, sus agentes desplegaron –por convicción, coacción o simulación estratégica—una permanente labor de legitimación del régimen y de culto a la personalidad” del dictador Trujillo. Por eso en la visión de los ideólogos del trujillismo el perfil del sujeto educativo del proyecto despótico está dado por el dominicano “optimista” que ha depositado su confianza en “el Jefe” y, por tanto, espera que todo le venga “desde arriba”, como una dádiva del Estado. Para afianzar este papel mesiánico que se le atribuía, Trujillo asumió acuerdos de colaboración con la Iglesia católica a cambio de sumisión, devolviéndole protagonismo en el campo educativo, a través de la construcción de colegios e institutos politécnicos, e intentó obtener sin éxito el título de “benefactor de la Iglesia”. En este tiempo la escuela dejó de formar seres humanos completos para convertirse en un yugo humillante; “horcas caudinas de la educación”, la llamó Américo Lugo.

Este modelo dejó una herencia antidemocrática conformadas por el patrimonialismo y las redes clientelares de la política tradicional, que siguieron operando tras el derrocamiento de la dictadura.

Proyecto desarrollista y populista

El tercer proyecto surge en el seno del anterior, en cierto modo, subordinado a él, pero también con suficiente consistencia que le permitió autonomizarse. Bajo esta forma se termina de configurar el “Estado educador” en nuestro país. El estado despótico consiguió despojar a los municipios del país de la responsabilidad de la educación y centralizó todo el sistema educativo en manos del Estado. La divisa del cambio fue la actualización de los métodos pedagógicos y la educación técnica de la juventud. Se consolidaron las “escuelas de emergencia”, “los palacios escolares”, pero sobre todo las primeras escuelas politécnicas, que junto a las escuelas normales se pusieron en manos de congregaciones religiosas. Esas características aparecen ya en la Ley 2909 del año 1951, que rigió el sistema educativo hasta 1997. Este es el proyecto que predica por vez primera la articulación educación-empresa-desarrollo. La formación técnica, junto a la formación religiosa.

Pese a su consistencia interna el discurso desarrollista y populista, ya de signo conservador o liberal, no podía sostenerse en medio de la catástrofe del sistema educativo, ya que la participación del gasto educativo en el PIB disminuyó drásticamente durante la década de los 70 hasta colocarse en torno al 1%, se recuperó en 1981 (2.2%) para volver a caer en 1985 (1.7%) nivel que mantuvo por varios años. El deterioro alcanzó no solo a las escuelas, sobrepobladas y faltas de todo, sino al magisterio empobrecido y sobrecargado, al cual se le responsabilizaba del fracaso del sistema.

Al final de la década de los 80 sectores intelectuales, profesionales y empresariales formaron una coalición ciudadana para exigir un cambio respecto a la política educativa que pronto se transformó en un reclamo general de toda la sociedad.

Retorno al paradigma democrático

Los planes decenales de educación

Estos marcaron el retorno a la educación democrática y el consiguiente involucramiento de la sociedad en la orientación del proyecto educativo. Iniciados en 1992, los planes decenales (Plan Decenal) constituyen el cuarto proyecto educativo que abarca transformaciones diversas pactadas entre la sociedad y el Estado. Se plantearon superar los déficits acumulados de cobertura, repitencia, sobreedad, incluyen la adopción de nuevas teorías y enfoques pedagógicos, un nuevo currículo, así como su revisión y actualización, reestructuración del sistema en ciclos de seis años, la ampliación de la educación inicial, se propuso además de la obligatoriedad, el que sea gratuita y de calidad; asimismo, se complementó con planes de alfabetización. Los grandes compromisos y orientaciones se plasmaron en la Ley General de Educación 66-97. La sociedad reclamó con fuerza el incremento del gasto educativo, pues de lo contrario las transformaciones corrían el riesgo de fracasar. Desde 2013, el Gobierno Dominicano ha hecho suyo el compromiso con lo establecido en la Ley asignando el 4% del PIB a la educación, pautando el cumplimiento con los objetivos de las reformas trazadas en los planes decenales consensuados por la sociedad y el Estado.

La aplicación de los planes de reformas no ha estado exenta de presiones y conflictos de intereses que intentaban imprimir un sesgo neoliberal a la transformación educativa en consonancia con modelos de mercado entonces en auge. La discusión abierta en la sociedad acerca de las transformaciones educativas hizo posible obviar la tecnocratización de las decisiones sobre políticas públicas propuestas por esta última corriente, escudándose en ocasiones en las comparaciones que resultaban de pruebas internacionales en las que el país ha participado en las últimas dos décadas.

Fuente

  • González Raymundo, Héroes de la Educación Dominicana:UN BREVE ACERCAMIENTO DESDE LA HISTORIA (fragmento de artículo)


Referencias

  1. Gastón Fernando Deligne