Eugenio Perdomo Martínez
Nació en Santo Domingo el 1º de noviembre de 1837. De la crema y nata de la juventud intelectual a la que pertenecieron Mariano Cestero, Rodríguez Objío, Manuel de Jesús Heredia, José Gabriel García y otras preclaras inteligencias nacionales. Poeta, articulista de prensa, residía en Santiago cuando se proclamó la anexión, y tenía rango de alférez de marina en las Reservas. Fue de los principales organizadores del fallido levantamiento iniciado en Santiago el 24 de febrero de 1863. El golpe se inició con el ataque a la cárcel pública, pero sin la organización ni las fuerzas necesarias para el triunfo, el movimiento fue rápidamente reprimido por las autoridades y parte de los comprometidos enviados a la prisión. Perdomo, al igual que otros de sus compañeros de empresa, se trasladó a la Línea, con la decisión de sumarse a los patriotas que desde el 21 de febrero se habían lanzado a la acción armada. Pero la insurrección en la Línea tampoco pudo prosperar, y en medio de las persecuciones con que los españoles respondieron, cayó Perdomo en manos del enemigo. Trasladado a Santiago, se le llevó cargado de cadenas ante un Consejo de Guerra creado expresamente para castigar a los protagonistas de los hechos de armas ocurridos a partir del 21 de febrero en el Noroeste y en Santiago. Perdomo fue condenado a muerte el 20 de marzo de 1863 y ejecutado el 17 de abril, en el cementerio.
El general españolizado José Hungría y el brigadier español Manuel Buceta asistieron personalmente a presenciar la ejecución de los condenados, que, además de Perdomo, eran José Vidal Pichardo, Ambrosio de la Cruz, Pedro Ignacio Espaillat y Carlos de Lora.
La muerte de Perdomo estuvo rodeada de toda una aureola de nobleza y heroísmo propios de los personajes de leyenda. Mientras esperaba la ejecución envió tarjetas de despedida a muchos de sus amigos. Se dice que la noche antes de morir fusilado, pidió a un oficial de apellido Trujillo que lo custodiaba que le permitiera, bajo palabra de honor, ir a despedirse de su novia Virginia Valdez, con el juramento de que, cumplido su deseo, regresaría a la celda donde esperaba la hora de la muerte. Añade la leyenda que, conmovido el oficial Trujillo por las palabras del condenado, le prestó su uniforme y esperó por el regreso de Perdomo, que tuvo la hidalguía de cumplir su palabra, sin defraudar la inusual confianza del oficial español.
A Perdomo se le atribuye igualmente el haber rechazado los burros que le ofrecieron a los condenados para recorrer el trayecto de la prisión al cementerio, con la frase guardada aún por las tradiciones de que los dominicanos, cuando van a la gloria, van a pie. Dejó, además, un Diario, escrito en sus días de condenado a muerte, y que abarca del 4 al 16 de abril, víspera de su fusilamiento. Hizo un postrero esfuerzo por evitar el fusilamiento, cuando envió una carta a los cónsules respectivos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, con la solicitud de que intercedieran ante el Capitán General para evitar la aplicación de la sentencia. Ante lo inevitable enfrentó con toda dignidad la dura prueba de la muerte y quedó para siempre en el recuerdo colectivo como uno de los más dignos y valientes mártires de la Restauración.