Diferencia entre revisiones de «Andrés Ogando»

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Legendario y célebre guerrero, nativo de Pedro Corto, jurisdicción rural de San Juan de la Maguana. Hijo de Juan Ogando y Catalina Encarnación, troncos fecundos de una familia de héroes y mártires de las guerras nacionales. De los doce hijos procreados por Juan y Catalina, seis abonaron con su sangre los campos de batalla por la causa de la Independencia Nacional. Soldado de las luchas contra las invasiones haitianas, en las que sirvió a jefes de la talla de Duvergé, Puello, Rudecindo Suero, Florentino y José María Cabral, del cual Andrés fue cercano lugarteniente. Opuesto desde un principio a la anexión, Andrés Ogando fue detenido el 14 de mayo de 1861, lo llevaron a Baní, pero se fugó espectacularmente de la prisión. Se reintegró a su lugar, respaldó la expedición dirigida por Sánchez en junio de ese año, dominador del medio geográfico y sus complejidades, logró escapar a la persecución de las autoridades y dos años después, cuando la Guerra Patria se propagó hasta las comarcas sureñas desde el 17 de septiembre de 1863, Ogando estuvo en primera línea al lado del general Florentino. También estuvo en el entorno del general Cabral desde que, en junio de 1864, el héroe de Santomé se puso al frente de la Guerra de Restauración en el Sur.

Tras el fin de la guerra de liberación, siguió su carrera de hombre de armas, estuvo circunstancialmente al lado de Báez, pero desde que se inició el luctuoso gobierno de los Seis Años, de 1868 a 1874, Ogando hizo honor a su condición de íntegro patriota y se lanzó a la guerra de guerrillas a impedir la anexión a Estados Unidos que procuraban Báez y sus socios.

La Guerra de los Seis Años fue principalmente y por mucho tiempo, una guerra sureña y uno de los principales soportes de esa guerra fue sin duda alguna, la familia Ogando. Andrés, en lugar prominente. Entonces llevaba la vida errante del guerrillero. Sufrido, infatigable, de resistencia física y astucia excepcionales, conocedor del suelo, del ambiente y de los hombres de su tierra, y con liderazgo conquistado al precio de un valor y una dignidad personal a toda prueba. Perseguido a muerte y con odio singular por los esbirros de Báez, había sido imposible vencerlo por la fuerza, a pesar de que el propio dictador había encabezado una poderosa expedición militar que intentó limpiar el Sur de maroteros y cacós como llamaba despectivamente la propaganda oficial a los combatientes antianexionistas, en interés de hacerlos aparecer como agentes del gobierno haitiano de Fabré Geffrard.

Entonces quedaba el recurso sucio de la traición y el asesinato a mansalva, que fueron parte de la guerra sucia que en ese tiempo tuvieron su sangrienta inauguración en la historia dominicana. Eleuterio Reyes –La Chiva–, era uno de los oficiales de Andrés Ogando y fue el Judas que lo puso al alcance de los verdugos. Se puso Reyes al habla con el coronel Joaquín Campo y vendió a su jefe por dieciséis pesos. La noche del lunes 7 de octubre de 1872, Reyes guió una ronda de degolladores, encabezada por Campo, entre las que se contaban cuatro de los más temibles asesinos baecistas, escogidos de las lúgubres filas de los tristemente célebres batallones Ligero y Chavalo. Eran ellos los nombrados Baúl, Llinito, Solito y Mandé. El traidor los llevó con mortífera puntualidad por trillos y veredas que sabía desprotegidas de centinelas, hasta llegar al mismo rancho en que Andrés Ogando dormía junto a un muy reducido número de compañeros de armas. Una rápida carga al arma blanca dejó varios cadáveres tendidos. El de Andrés Ogando fue uno de ellos y otro, el de Fermín, hermano de Andrés. Apenas en abril del mismo año, Benito, otro hermano de Andrés, había sido víctima de los mismos asesinos en el camino de Rincón a Neyba. Así, a traición, mataron al abnegado general Andrés Ogando.

Andrés Ogando era de mediana estatura, musculoso, despierto, sufrido en la adversidad, tesonero y sereno en los combates, respetuoso y suave en tratando con la gente, y de un don de jovial simpatía que conquistaba. Más que amante de la libertad, fue un fanático de la independencia de los dominicanos, dice don Sócrates Nolasco, en sus Viejas Memorias.

Como nota final cabe aclarar el fin que le tocó al traidor La Chiva. El mismo historiador Nolasco recoge el testimonio del general sureño Carlos de la Rosa –Cajó–, nonagenario en 1927, según el cual La Chiva, el vende-gente, cayó en manos de una guerrilla que De la Rosa comandaba en lucha contra el quinto y último de los gobiernos de Báez. Estaba amarrado en el campamento guerrillero y después que se le hizo confesar su crimen, ...ordené entonces, que con la misma soga lo colgaran de la rama de una baitoa. Ahí quedó con la lengua afuera.