Diferencia entre revisiones de «Salomé Ureña de Henríquez»

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Salomé Ureña de Henríquez

Salomé Ureña de Henríquez fue una poetisa, educadora y patriota dominicana. Nació el 21 de octubre de 1850 y falleció el 6 de marzo de 1897 en Santo Domingo.

Para 1850 el pueblo dominicano proclamado como Estado independiente desde febrero de 1844 y organizado como república, apenas daba sus primeros pasos. La sociedad dominicana era una verdadera expresión rural, precapitalista, autárquica, marginada del progreso y los avances técnicos que recibían otros pueblos del continente, particularmente Argentina, Chile y México y en la región del Caribe, Cuba, la más importante provincia de la monarquía española y, en esos momentos, la más grande productora de azúcar del mundo. Fue en ese año de 1850, el 21 de octubre, en la ciudad de Santo Domingo, que vino al mundo Salomé Ureña Díaz, quien sería la más fina y sensible expresión de percepción poética, maternal y pedagógica, de las mujeres dominicanas.

Fueron los padres de Salomé, Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de Ureña. Nicolás Ureña ejerció la profesión de abogado y se destacó en la vida pública. Además de juez en diferentes jurisdicciones en la ciudad capital, fue senador y maestro destacándose también como periodista y músico. “El nacimiento de Salomé Ureña ocurrió poco después de la fundación de la República, durante el primer gobierno de Báez; creció en un ambiente de discordias, entre mil luchas intestinas. Por lo mismo que vivió en una época de tanta agitación, de tan incesantes perturbaciones en el pueblo dominicano, su alma se agrandé con el dolor y se hizo fuerte.

Salomé tuvo una niñez muy precoz. Su madre la enseñó a leer: a los cuatro años leía de corrido. Su infancia discurrió en las aulas de dos pequeñas escuelas de primeras letras, únicas permitidas entonces a las mujeres. En esa época las escuelas eran muy pobres, a tal extremo que no pasaban del catecismo. Decía doña Manuela Rodríguez ‘que las madres no querían que sus hijas aprendieran para que no les mandaran papeles a los mozos’; pero el padre de Salomé, como hombre de letras, avivó en ella la llama de su espíritu y le dio la mejor educación literaria que se podía alcanzar en aquellos años”.

Dentro de los límites de una sociedad atrasada creció y vivió Salomé. La ciudad de su nacimiento era pequeña y tenía acentuado aspecto colonial; estaba rodeada de murallas con foso hacia el campo, y las puertas se cerraban como en el siglo XVI; por lo menos la Puerta del Conde de Peñalba. “Muchos edificios estaban en ruinas...”. Como los edificios, las familias estaban también arruinadas. Largos años de emigración continúa habían empobrecido la ciudad. Largos años de guerra frente a Haití habían impedido también la organización de la familia dominicana y el aprovechamiento de sus escasas fuerzas productivas. Quizás a 150 mil habitantes llegaba el país en esos momentos.

Desde niña se distinguió Salomé por su vocación a la lectura y el estudio. Guiada por su padre adquirió apreciable formación basada, fundamentalmente, en la literatura y los clásicos. El la llevó por el camino de la poesía y siendo apenas una niña recitaba largos versos de famosos poetas americanos y españoles, haciendo gala de la prodigiosa memoria de que estaba dotada. Perseverante, inquieta, emprendedora, en los primeros años de su adolescencia llamaba la atención y atraía por su carácter enérgico y firme y por su temperamento abierto, sin dobleces. Aprendió francés, idioma que dominó a la perfección y estudió literatura francesa que le proyectó un horizonte singular y único como mujer, en su medio social. A esa edad, ya, era dueña de un humor fino e irónico que profundizó cuando se interesó por la literatura inglesa. Dominaba ampliamente también el idioma inglés.

Comenzó a escribir versos a los quince años y a los dieciséis hizo sus primeras publicaciones en periódicos de la ciudad, firmados con el seudónimo de Herminia. Pero a los veinticuatro años sus versos comenzaron a aparecer con su nombre. Como el padre de Salomé, don Nicolás Ureña de Mendoza, gozaba de fama como poeta, esto dio origen a que muchos negasen a la joven poetisa el derecho de autora de sus primeros versos. Pero a la muerte de éste, quedaron convencidos de que la hija era mejor poeta que el padre. A esa edad Salomé realizaba una activa vida social. Pertenecía a diferentes organizaciones literarias entre las cuales se distinguía “Amigos del País” y en la medida que su fama traspasó los límites de su patria, fue distinguida como miembro de honor de otras organizaciones literarias y artísticas de la república y de otros pueblos de la región del Caribe. Recibió reconocimientos y emotivos homenajes y como poetisa su nombre distinguió la República.

En 1880 contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal a quien llevaba nueve años de edad. Se habían conocido hacía dos años en una de las tertulias literarias de la sociedad “Amigos del País”. Cuatro hijos procrearon Salomé Ureña y Francisco Henríquez, conocido por el apodo de Pancho y quien transcurrido el tiempo se haría médico, escritor y por último presidente de la república en 1916. Esos hijos fueron Francisco Noel, Pedro Nicolás, Maximiliano Adolfo y Salomé Camila. Los tres más pequeños serían en sus vidas notables maestros, escritores, ensayistas de reconocida categoría dentro y fuera del país. Pero el de más brillo intelectual y pedagógico, de proyección internacional, lo sería Pedro Nicolás. Francisco Noel, conocido por el diminutivo de Franc, fue hombre de vida tempestuosa diferente a sus hermanos.

El 3 de noviembre de 1881 bajo la orientación y guía de Eugenio María de Hostos fundó Salomé Ureña de Henríquez el “Instituto de Señoritas”. Catorce jóvenes fueron las primeras alumnas. De ellas solamente seis terminaron los estudios graduándose de maestras normales: Leonor María Feltz, Mercedes Laura Aguilar, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou. La investidura se celebró el 17 de abril de 1887. Otras seis se graduaron el 16 de diciembre de 1888 y las dos últimas en diciembre de 1893. El surco quedaría abierto, la semilla sembrada y el terreno abonado para que por espacio de largo tiempo, desde 1881 hasta 1954, creciera, se extendiera y multiplicara por todo el territorio dominicano, la escuela racional fundada por Eugenio María de Hostos, secundado por Salomé Ureña. Nunca fue tan notable, bienhechora y provechosa la función del magisterio para un pueblo de América, como lo fue para el dominicano la obra y la dedicación de estas dos notables figuras.

Pancho Henríquez el esposo de Salomé se trasladó a París a completar un postgrado de su carrera de médico. A su regreso, en 1891, encontró a su esposa abatida por una enfermedad mortal: tuberculosis. Don Pancho, como era llamado familiarmente por todos, quien había sido compañero solidario de su mujer, le persuadió que debía abandonar las exigentes tareas que cumplía como directora y maestra del instituto. En diciembre de 1893 cerró sus puertas la noble institución. Volvería a ser abierta en enero de 1896 por iniciativas y gestiones de las hermanas Luisa Ozema y Eva Pellerano Castro, ambas discípulas de la fundadora y del Instituto. Vivía aún la extraordinaria poetisa y maestra convertida en una leyenda de la vida cultural americana.

Rendida por mandato del destino, en las palabras pronunciadas en la tercera y última investidura del “Instituto de Señoritas”, que sería también el de su clausura, dijo Salomé, entre otras cosas: . . . “rendida por la fatiga de la lucha, sin recursos, sin medios de ninguna especie para continuar de pie sobre el palenque, solicitada por el santo deber de la educación de mis hijos, que reclamaban por entero todas las energías de mi espíritu, sello, con esta última prueba de mi trabajosa labor, la obra iniciada hace doce años...”. En ese discurso como en los anteriores no dejó de rendir honor y reconocimiento a Hostos de quien dijo que “enamorado de su belleza” (refiriéndose al país, egf) y presintiendo altos destinos para su porvenir, “quisiste lanzarla en la corriente civilizadora de las ideas. ¡Sé bendito! Yo no olvidaré el noble empeño con que te consagraste a dignificarla en su puesto de nación libre”.

Murió físicamente Salomé Ureña de Henríquez, poetisa, madre, educadora y patriota, el 6 de marzo de 1897. Su obra romántica, pedagógica y patriótica, como el recuerdo de su figura única en la historia dominicana, estará siempre presente en la memoria del pueblo.

Biografia

Forma parte del llamado círculo de Dioses Mayores de la poa. sía nacional, que se completa con Gastón F. Deligne y José Joaquín Pérez, y algunos llevan su admiración hasta proclamarla el primer poeta dominicano. Considerando su poesía a la luz de la época en la cual se produjo, no cabe duda que es preciso reconocer en ella excelencias bastantes para merecer la fama. Sin embargo, un severo juicio crítico posterior, ha podido encontrarla falta de esa virtud poética, necesaria para la supervivencia por el sólo mérito de la propia poesía. Los temas por ella tratados, —el hogar, la patria, la escuela—, circunscriben demasiado su poesía a los límites nacionales, aunque su tradicionalismo hispánico la sitúa entre los poetas peninsulares del ochocientos, sin ningún intento de dominicanización, como realizaba José Joaquín Pérez, por ejemplo. Así pudo decir, con justicia, Menéndez Pelayo, que sostenía en sus débiles manos "la robusta ¡ira de Quintana".

(1850-1897) Obras poéticas:

  • La llegada del invierno
  • Ruinas
  • Mi ofrenda a la Patria

Poesía

En su poesía predominan tres temas :

a) El Patriótico, donde aflora su de-seo por el bienestar de la sociedad dominicana “La fe en el porvenir", "Mi ofrenda a la patria", "Ruinas” y "Gloria del progreso"

b) El Sentimental, caracterizado por su apego a la naturaleza y a la familia, “En horas de angustia”, “Mi Pedro”, “La llegada del invierno”, “El ave y el nido”

c) El Indianista, corriente literaria a la cual recurre al momento de exaltar a la raza indígena quisqueyana exterminada por los conquistadores españoles desde los primero años de la colonización (Anacaona). Por su espíritu patriótico y por la sencillez, la pureza y la corrección de sus versos, Salomé Ureña ocupa un lugar de primacía en la historia de la poesía dominicana. Murio en santo domingo el 6 de abril de 1897.

Fuente

  • Contin, Pedro (1943). Antologia de la Poesia Dominicana.